Al reabrir los ojos topaste con un espejo, parecÃa reflejar a un hombre mayor pero por más que lo miraras eras incapaz de reconocerlo. Acariciándote la melena abandonaste aquel misterio sin esperanza, pero entonces el reflejo imitó exactamente tu gesto, brindándote la respuesta al misterioso enigma.. ¡eras tú!
Sorprendido empezaste a observar tu reflejo con más detenimiento, tus alocados rizos ahora escaseaban bajo el blanco de la vejez, y tu piel lisa se ocultaba tras las arrugas del pasado que, como raÃces, se habÃan extendido a lo largo de tu rostro.
Tus ojos recorrÃan aquel nuevo reflejo deteniéndose en tus elegantes vestiduras. VestÃas un exquisito smoking negro, que a pesar del anciano cuerpo que cubrÃa, desprendÃa un destello de juventud. Justo en aquel instante alguien llamó a la puerta, asomando su voz tras ella - prepárese, pronto saldrá en escena - y se esfumó.
SeguÃas observando, quizás en busca de un porqué, pero solo reconocÃas lo que parecÃan ser las paredes de un camerino. Eras incapaz de entender aquellos acontecimientos, de ubicarte en aquel instante, de encontrarle un sentido.. Pero al abajar la cabeza allà estaban, unas partituras. Y un terrible impulso empezó a bombardear cada rincón de tu ser, ahogando hasta tu último suspiro.. Te invadÃa la necesidad de recoger ese pequeño tesoro de papel.
Tus ojos hambrientos, empezaron a devorar la primera hora, pero el desconcierto se apoderó de tu mirada al leer el tÃtulo; "Concierto de violÃn nº 1, escrito por Alberto Herrero".
Eras incapaz de creer nada.. Los golpes en la puerta resonaron de nuevo por el camerino, y aquella voz familiar reapareció tras la puerta - ya es la hora -, y al instante obedeciste.
Al salir no eras capaz de creer lo que veÃas, era esa inconfundible vidriera con su espeluznante decoración.. ¡Estabas en el Palau de la Música Catalana!
Rápidamente giraste la mirada hacia el escenario, habÃa una orquestra esperándote como un ejército dormido, aguardando a tu señal para estallar en combate. Y con decisión tu cuerpo avanzó hasta el atril. Colocaste tu preciado tesoro de papel, compuesto quizás por tu subconsciente, y cogiste la batuta.
Alzaste tus ojos celestes recorriendo uno a uno los rostros de tus músicos, premiándolos con una dulce sonrisa. Acto seguido miraste al concertino, y este al oboe el cual te ofreció un extenso laaaaa que te ayudó afinar tus prioridades.
Respiraste profundamente, dejando que el oxigeno recorriera hasta la última célula de tus pulmones, golpeaste tres veces y todo empezó.
Tus brazos se movÃan con fuerza, como el viento de una noche de verano ordena a las olas del mar lamer las orillas sin piedad. Tu preciosa melodÃa sobrevolaba al público como una gaviota adentrándose en el mar, recorrÃa cada rincón de la sala uniendo cada latido del lugar en uno solo luchando contra el silencio, hasta acariciar el corazón de su propio creador..
Tus ojos recorrÃan aquel nuevo reflejo deteniéndose en tus elegantes vestiduras. VestÃas un exquisito smoking negro, que a pesar del anciano cuerpo que cubrÃa, desprendÃa un destello de juventud. Justo en aquel instante alguien llamó a la puerta, asomando su voz tras ella - prepárese, pronto saldrá en escena - y se esfumó.
SeguÃas observando, quizás en busca de un porqué, pero solo reconocÃas lo que parecÃan ser las paredes de un camerino. Eras incapaz de entender aquellos acontecimientos, de ubicarte en aquel instante, de encontrarle un sentido.. Pero al abajar la cabeza allà estaban, unas partituras. Y un terrible impulso empezó a bombardear cada rincón de tu ser, ahogando hasta tu último suspiro.. Te invadÃa la necesidad de recoger ese pequeño tesoro de papel.
Tus ojos hambrientos, empezaron a devorar la primera hora, pero el desconcierto se apoderó de tu mirada al leer el tÃtulo; "Concierto de violÃn nº 1, escrito por Alberto Herrero".
Eras incapaz de creer nada.. Los golpes en la puerta resonaron de nuevo por el camerino, y aquella voz familiar reapareció tras la puerta - ya es la hora -, y al instante obedeciste.
Al salir no eras capaz de creer lo que veÃas, era esa inconfundible vidriera con su espeluznante decoración.. ¡Estabas en el Palau de la Música Catalana!
Rápidamente giraste la mirada hacia el escenario, habÃa una orquestra esperándote como un ejército dormido, aguardando a tu señal para estallar en combate. Y con decisión tu cuerpo avanzó hasta el atril. Colocaste tu preciado tesoro de papel, compuesto quizás por tu subconsciente, y cogiste la batuta.
Alzaste tus ojos celestes recorriendo uno a uno los rostros de tus músicos, premiándolos con una dulce sonrisa. Acto seguido miraste al concertino, y este al oboe el cual te ofreció un extenso laaaaa que te ayudó afinar tus prioridades.
Respiraste profundamente, dejando que el oxigeno recorriera hasta la última célula de tus pulmones, golpeaste tres veces y todo empezó.
Tus brazos se movÃan con fuerza, como el viento de una noche de verano ordena a las olas del mar lamer las orillas sin piedad. Tu preciosa melodÃa sobrevolaba al público como una gaviota adentrándose en el mar, recorrÃa cada rincón de la sala uniendo cada latido del lugar en uno solo luchando contra el silencio, hasta acariciar el corazón de su propio creador..
Tras un extenso silencio, te giraste y el público atónito se levantó y premiándote con un gran estallido de aplausos, y tú respondiste con una majestuosa reverencia a tu pequeño gran ejército, a tus músicos.
No existe motivo para escribir hechos evidentes, reafirmarlos solo agudiza la incompeténcia.. y nosotros, amigo mÃo, no lo somos.